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jueves, 22 de octubre de 2015

Alcoholismo, la enfermedad que te mata.



Hacía años que no probaba una copa, un sacrificio eterno para un cuerpo tan arraigado al alcohol, habían pasado ya los peores momentos, aquellos en los que el deseo era inevitable, la angustia agobiante, la necesidad lastimera. Pague con sufrimiento el haberme decidido al fin a abandonarlo. Perder amistades y ambientes que creía perfectos. Mas hoy estaba por socavar todo ese esfuerzo heroico frente al destello de aquella cristalina copa. Un color y olor que reconozco, que mi cuerpo mismo reacciona ante él, estremeciéndolo, ya no hago diferencia entre lo lujoso y lo vulgar de mi trago. Se bien lo que implica el acercarme tanto a aquel elixir delicioso, pero tan toxico para mí, para mi cuerpo, pero más aún, para mi vida. Estoy envenenado, como una maldición permaneciendo sobrio, orgulloso repitiendo que ya no bebo, pero es un apetito diario, eterno. Que me sigue todos los días implacable.

Por instantes dudo y vencido suspiro en un mar de tristeza. Sujeto la copa y vuelvo a ella, reconciliándome después de tanto tiempo con mi gran enemigo. El sabor es desagradable, nada por lo que sentir algarabía, no parece haberme afectado, en mucho más allá de las feas muecas que expresan un sabor desagradable. Admiro mi copa vacía por completo, mi mirada se transforma, ahora triste, ahora sufriendo, he sido vencido. Me siento lastimado, avergonzado de mí mismo. Como el loco aquel que basa su vida en un solo precepto, el que culpa de todos sus males a una sola cosa. 

Mi salud, mi esposa perdida, mis hijos ausentes, mi carrera profesional truncada. Todo tenía una sola explicación para mí, el placer infranqueable de ese mundo perfecto, de cuando todos son amigos, de cuando la alegría brota efervescentemente, de cuando los complejos se hacen a un lado dando vida a una persona distinta, agradable y divertida. Porque no poder ser aquella persona todo el tiempo, el que acapara atención de otros como en toda mi vida sobria jamás lo he podido hacer. Instantes placidos, un ser transformado en ameno, de quien se despiden sentimientos y emociones tan profundos y a quien las palabras asertivas lo convierten en alguien admirable, gentil, expresivo hasta interesante. Pero es un breve instante, el sabor de las copas se va haciendo más placentero. La voracidad crece como una espiral, girando alrededor de la misma necesidad, pero haciéndose cada instante más grande e imparable. Deseoso de sentir más, de las risas, de la alegría, de la confianza, la dulce sensación de que confíen en mí, de tener tanto en común con personas que parecían tan lejanas y ajenas. Todos nos unimos por ese momento en un torbellino de sentimientos encontrados, sorprendidos completamente de descubrir cuantas similitudes guardamos, callamos. Es un trance, placentero como cualquier otra droga.

 Aquellos locos que deciden apartarse se les recrimina. ¿Como es posible que deseen escaparse de esa sensación mágica? Que anormales y estúpidos. Parar justo cuando el acto está llegando al clímax. Solo aquellos aventureros estamos determinados, no importa el dinero esta vorágine no puede detenerse. ¿El tiempo? Es lo de menos. ¿Qué importa que se muestren los primeros síntomas de la ebriedad? Haré todo por ocultarlo, porque es ridículo decir que se está en ese estado y estoy aquí para disfrutar, no para que se burlen de mí, aun cuando es mi cuerpo que me envía esa alerta no estoy dispuesto a seguirla. Deseo más, de todo. Mas alegría, mas diversión, habido de éxtasis permanezco, confraternando con aquellas personas, por las que comienza a nacer en mi un respeto nuevo, un cariño como si años de antaño compartiéramos. Sin embargo, una sombra gris me invade, no la noto, pero sé está presente. Siento más sus síntomas, mi cara se vuelve estúpida, sonriendo sin cesar, mis movimientos torpes y mi lengua ya no me obedece, las personas lucen raras. Ya casi no escucho lo que me platican, ya solo rostros borrosos a los que no les reconozco las facciones y solo puedo sonreírles, porque no comprendo ya que es lo que pasa, ya no escucho bien tampoco, las palabras están envueltas en un velo de ecos, solo asiento a la mayoría de lo que se me dice, con la misma sonrisa estúpida. 

Comienzo a notarlo, estoy ebrio, ¿Por qué no lo dejo? ¿Por qué no me aparto? Ya no estoy bien… hasta creo que los demás se están dando cuenta y parezco escuchar risas y burlas. Seria buen momento para parar esto. Ya no es tan divertido como aquel torbellino mágico. Aquí en éste instante nace una nueva persona, mucho más eufórica, mucho más visceral, mucho más impertinente. Los atributos que el alcohol me había estimulado ahora se hacen a un lado para darle lugar a mis defectos, se apoderan de mí, ahora maximizados. Ya no tengo control de mí, lo he perdido, desde aquí comienza mi debacle, la que temo tanto, la que me lastima, a partir de ahora veras mi peor cara. ¿Sabes cómo es? Es irracional, es irreverente, es desinhibida, es despiadada, es orgullosa y violenta. De aquí en adelante ya no me acompaño, soy otro. Tal vez el mismo, pero ahogado y exiliado allá en la profundidad de mi subconsciente, donde debe estar siempre, porque es una persona que no me agrada. Desgraciadamente no sabré que he hecho, porque no seré capaz de recordarlo. Solo el día siguiente una amargura acompañara mi despertar, un sabor a agrio que me es tan familiar, pero también esa sensación que cada ocasión se vuelve más fuerte. Vergüenza de tomar nuevamente ese papel que me ha dado mis peores episodios. Darle protagonismo a una persona que nadie quiere más que mis propios enemigos que contemplan como puedo ser tan insignificante que puedo hundirme yo solo. No necesito ningún empujón para que mi barco vague a la deriva, simplemente estar con este enemigo eterno, que me seduce con momentos de algarabía y que al final me abandona con la persona que más odio, tal vez yo mismo.


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